Instituciones que piensan, algoritmos que sirven: el verdadero camino hacia un gobierno con inteligencia

Tras dejar claro que la inteligencia artificial no solucionará los problemas del gobierno mexicano si no se acompaña de una transformación institucional profunda, en esta nueva entrega avanzamos hacia una propuesta clara y posible. Basados en el modelo metodológico de Antonio Martín del Campo y alineados con la visión de los recientes Nobel de Economía —Acemoglu, Johnson y Robinson—, planteamos una ruta para la adopción tecnológica inteligente, ética y situada en el contexto mexicano. No se trata de digitalizar la opacidad, sino de construir instituciones que piensen y decidan con inteligencia. Este blog ofrece un marco riguroso, práctico y profundamente transformador para repensar la gestión pública con visión, método y coraje.

GOBIERNO Y GOBERNANZA

Helix Gobierno y Gobernanza

En una entrega anterior (La inteligencia artificial no arreglará al gobierno: el problema está antes, está dentro y está oculto) fuimos claros:

La inteligencia artificial no arreglará al gobierno mexicano. Ni el mejor modelo predictivo ni la plataforma más sofisticada pueden corregir lo que está roto desde el diseño institucional. El problema no es de tecnología, sino de poder. De cómo se distribuye, se ejerce y, sobre todo, cómo se esconde.

Pero hoy queremos avanzar.

No para desdecirnos, sino para decir más. Porque sí hay una ruta posible. Una que no parte de la euforia tecnológica, sino de una comprensión profunda del Estado y de sus patologías. Una que exige algo más difícil que programar: reformar.

Una promesa falsa: que el código puede reemplazar a la política

En los últimos años, se ha instalado una narrativa peligrosa: que los problemas de la gestión pública se deben a su atraso tecnológico, y que bastaría con introducir algoritmos, sensores o sistemas automatizados para lograr eficacia, transparencia y resultados.

Falso.

La IA no sustituye el conflicto político, ni repara incentivos perversos, ni disuelve redes clientelares. Solo los desnuda.

Y sin un rediseño institucional previo, el riesgo no es solo el fracaso, sino la sofisticación de la simulación.

¿Qué sí funciona? Transformar el Estado como sistema vivo.

Ahí entra el modelo Martín del Campo.

Más que una receta, una forma de pensar la complejidad pública desde sus tramas profundas. El Dr. Antonio Martín del Campo entendía que el Estado no es una máquina a reparar, sino una ecología a regenerar.

Un entramado de actores, reglas, símbolos, lealtades, memorias, capacidades. Y que toda intervención debe considerar la evolución institucional, el arraigo territorial, la densidad cultural y la tensión moral que habita en cada política pública.

Aplicado a la inteligencia artificial, esto significa que no se trata de “aplicar IA en gobierno”, sino de reconfigurar el gobierno para que pueda pensar con inteligencia —humana, organizacional y artificial.

El nuevo consenso institucionalista (y sus implicaciones mexicanas)

El Premio Nobel otorgado a Acemoglu, Johnson y Robinson confirma lo que muchos ya intuíamos: que el desarrollo no se explica por la abundancia de recursos ni por el acceso a tecnología, sino por la calidad de las instituciones.

Y no de cualquier institución: sino de aquellas que distribuyen el poder, rinden cuentas y promueven el interés colectivo.

México no carece de talento, ni de infraestructura digital, ni de recursos técnicos. Carece de reglas estables, de burocracias profesionales, de continuidad política y de mecanismos creíbles de control mutuo.

Por eso, cualquier estrategia de digitalización o inteligencia artificial debe comenzar por la pregunta fundante:

¿Qué tipo de Estado queremos ser en el siglo XXI?
¿Uno que terceriza la decisión pública a proveedores de TI?
¿O uno que forma cuadros capaces de pensar tecnológicamente con responsabilidad, con propósito y con vocación de servicio?

La ruta Helix: hacia una inteligencia institucional

Desde Helix proponemos una agenda mínima para una adopción tecnológica con sentido y con futuro:

  1. Diagnóstico institucional profundo, no solo mapeos de procesos. Entender el “ADN oculto” de las dependencias públicas: sus códigos, miedos, inercias y esperanzas.

  2. Alianzas virtuosas entre técnica y política. La IA puede ayudar a tomar decisiones, pero no debe suplantar la deliberación democrática. Requiere espacios de cogobierno, no automatización ciega.

  3. Construcción de capacidades públicas reales. Más que contratar software, hay que formar servidores públicos capaces de gobernar con y sobre la tecnología. Esto exige programas de formación permanentes, códigos éticos y estructuras que promuevan la autonomía técnica dentro del Estado.

  4. Diseño contextual, no copia de modelos foráneos. Cada solución digital debe nacer del territorio, de la cultura institucional, de los problemas vividos. No hay transformación pública sin arraigo.

  5. Ética de diseño público. Cada sistema de IA, cada base de datos, cada interfaz ciudadana debe construirse desde una ética de la equidad, el cuidado y la no exclusión. Porque en el servicio público, no basta con que algo funcione: debe funcionar para todos.


Conclusión: La tecnología es condición, no solución

La inteligencia artificial puede cambiar la gestión pública mexicana. Pero no lo hará sola.
Lo hará si la ponemos al servicio de un nuevo modelo de Estado.

Uno que no tema rendir cuentas. Que sepa aprender. Que deje atrás el control por opacidad y avance hacia la autoridad legítima por capacidad.

Ese Estado es posible. Pero no nace de Silicon Valley ni de Bruselas.

Nace aquí. En cada oficina pública donde se atreve a pensar distinto. En cada servidor que entiende que gobernar es servir. En cada institución que decide transformarse para ser digna del siglo en que vivimos.